JuanMatachin

lunes, septiembre 01, 2008

Misterio plomizo

Un deseo febril me sobrecoge,
me lleva de este mundo amarillento
hacia un prisma, un cielo arrebolado y frío.

Es aquel de abrirle la cabeza como una granadilla,
y comer de ese su fruto plomizo,
de esas sus ideas-saetas,
de esos sus días en el cielo de otras tierras.

De la misma forma en que como de su carne,
de sus formas y dimensiones astrales,

de su guarnición de frases, de sus labios.

Es su antojo el que supedita mis visitas,
a una morada gélida, cubierta de nieve
cerca a las estrellas que entrecubren la ciudad;
como una dádiva, como un suspiro;
espero paciente por los días que llega.

Quisiera meterle la mano en el pecho,
sacarle el corazón tibio, aún palpitando
que lleva la llave de ese laberinto de espejos
tendidos sobre un césped ocre donde las imágenes
de los días pasados y de los por venir
juegan escondidas y taladran su cabeza de cobre.
Y llenarme de su sangre, que le corre por unas venas
que vibran, de su sudor que le hace mortal,
de su olor que le cubre como una capa mundana.

Quisiera saberle y conocerle, develar el misterio que llevan sus dedos
y sus manos que labran ondas en el aire con descomunal parsimonia.
Reconocer esa mirada infantil que ensancha el pecho,
esa entrega a la labor de hacer feliz,
a ese teatro que se teje con hilos de seda.
Quiero brindarle un trozo de felicidad
y que le dure, como el zinc de su cabeza, como el cobre de su pelo,
como su sangre, o el misterio de su sueño.

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